viernes, 18 de enero de 2013

UN CASO REAL.., EL DÍA QUE PUSE CARA A LA VIOLENCIA DE GÉNERO....

Haciendo memoria, he recordado y trasmitido a papel una intervención real que tuve al principio de mi carrera profesional. Este caso me marco profundamente, ya que hasta la fecha había estudiado bastante de esta violencia; de donde provenía, como se manifestaba,  sus causas, desarrollo y consecuencias.., pero no fue hasta ese día cuando puse cara a todo lo interiorizado, una mujer Antonia, me hizo visualizar la magnitud tan tremenda de esta lacra social, un rato conociendo sus estremecedoras vivencias me fue suficiente para asentar mi convicción en la lucha contra la violencia machista. Ese día mis fuerzas se acentuaron y este Blog, mi tiempo dedicado y la ilusión que deposito día a día en la lucha contra esta violencia sin razón, son parte gracias a Antonia, a su sacrificio, a su valentía, a su lucha...
En estos años he conocido muchas Antonias, y gracias a ellas he crecido como persona y como hombre. 


...Prestando servicio una mañana de verano del año 2007, se recibe una llamada de Servicios Sociales del área de mujer informando que van a acudir a dependencias policiales con una mujer con un grave problema de maltrato por parte de su marido...

En principio parecía una llamada más, un caso de los que por desgracia se suelen vivir comúnmente. Al acudir la letrada municipal con la presunta víctima, observamos una mujer de avanzada edad, sin conocer sus verdaderos años aparentaba estar cerca de los ochenta. Era una mujer mayor, mayor en todos los sentidos, su apariencia física mostraba un rostro excesivamente arrugado, con unas facciones hundidas y unos ojos que no tenían fuerza para expresarse, las marcas y señales en su rostro insinuaban lo que posteriormente quedo confirmado tras su relato. Aquella mujer no andaba erguida, como si cada grito de su marido o cada paliza recibida, hubieran actuado directamente en su columna vertebral para doblegarla tanto psicológica como físicamente. Nada más observar a esa mujer supimos que no se trataba de un caso más, estábamos ante una mujer que de no ser por el apoyo firme que le prestaba una hija la cual le sujetaba constantemente del brazo, no habría encontrado nunca esa fuerza necesaria, no ya para denunciar, sino tan solo para hacer partícipe a alguien de sus experiencias vitales tan espeluznantes.

Resultaba complicado dirigirse en términos legales a una persona que por su avanzada edad y por su estado físico tan mermado, aparentaba tanta fragilidad, uno entendía que ya a esa edad una persona debía descansar, relajarse echando la vista al pasado para disfrutar de los recuerdos y de los frutos esparcidos; hijos y nietos. Pero en cambio teníamos que brindar a esa anciana "física" que no por edad biológica ya que tenía solo sesenta y siete años, todo el mecanismo legal que el estado habilita para las víctimas de violencia de género, supusimos que no iba a ser una toma de manifestación habitual y corta sobre unos hechos puntuales, sino más bien un relato amargo y turbio de una vida sumisa a una persona, conociendo el lado oscuro y triste de una relación sentimental de pareja. 

La letrada municipal nos resumió en una entrevista privada el caso concreto de Dña. Antonia, pronto acordamos entre ambos que habría que exponer de modo general el caso, puntualizar en episodios puntuales de violencia en una vida marcada por insultos y agresiones, sería injusto respecto a cada guantazo, a cada improperio, a cada vejación que quedase sin ser mencionada en el relato de los hechos. Era una intervención que desde el punto del dicente sobraban las palabras, nadie podría imaginar que detrás de esa apariencia física tan vapuleada hubiera falsedad o alguna otra intención que no fuese la de dejar de sufrir, la de intentar vivir los últimos años de su vida sin miedo, sin pensar que acto sería el que le generase la agresión cada día.

Esta mujer para su desgracia era la expresión más literal de una víctima de malos tratos de violencia de género que nadie se podría imaginar, en ella se veía plasmada toda la  sintomatología externa e interna que tantas veces había leído sobre el papel, en ese momento puse cara a la mujer víctima de violencia de género.  

Al comenzar la toma de manifestación  las malas expectativas previas no hicieron más que confirmarse, no era necesario prestar atención al significado de lo relatado, solo la angustia de esa tenue voz, la mirada perdida en un punto del suelo, el hablar titubeante y sobre todo el vaivén del cuerpo escondiendo tanto miedo, tanta rabia al ser consciente por ese momento de lo que había padecido, de la vida que le había hecho vivir su marido, bastaban para darse cuenta del sufrimiento que Dña. Antonia llevaba dentro. Luego tocaba interpretar lo narrado, tantos y tantos episodios de humillaciones, de agresiones verbales y físicas, que de plasmar todo lo narrado en la diligencia escrita, hubiera cabido la posibilidad de publicarlo como novela “de terror” en una editorial.

Dña. Antonia no apreciaba la gravedad de lo que contaba, seguramente porque para ella era algo normal, su día a día, por lo que no entendía que alguien se pudiera asombrar de  algo que para ella era su forma de vida. Pero no se había acostumbrado a sufrir, en su interior quería poner fin a su pesadilla, ese sentimiento de rebeldía le llevaba rondando la cabeza prácticamente cada día de la amarga agonía de su relación, pero nunca encontró ni el apoyo (quizás porque no lo pidió) ni la fuerza para plantar cara a su maltratador. Esta mujer no era consciente cien por cien de lo que hacía, cada acto formal que realizaba generaba la duda de si lo hacía por ella o quizás por satisfacer tantas opiniones y palabras de apoyo a su acto de valentía, no porque no lo desease con todas sus fuerzas sino más bien porque consideraba que ya era tarde, que ya se había dejado su felicidad y su vida por el camino y que ya no merecía la pena dejar de sufrir.

Una vez finalizadas las diligencias con la denunciante, se procedió a actuar en consecuencia con lo relatado, sobre todo con el último acto que se produjo en la mañana del día de los hechos, no siendo de los más graves ni escabrosos del relato fue un episodio de humillación tan profundo que deparo en que Dña. Antonia tuviera que acudir con su pijama y una bata al trabajo de su hija en un centro comercial al haberla echado su marido de casa, después de una fuerte discusión que había deparado en agresiones físicas y verbales hacia su persona.

Se procedió por los agentes actuantes a la detención de D. Manuel, marido y maltratador, por un delito de malos tratos hacia su esposa (violencia de género), este hombre no entendió en ningún momento que sucedía, porque se le estaba privando de su libertad y nos estábamos metiendo en su vida privada. Era una persona de carácter fuerte, con apariencia humilde pero trato prepotente, D. Manuel había sido militar profesional llegando a ser Capitán, llevaba más de  diez años jubilado  ya que rondaba los setenta y pico años de edad. Era un hombre de apariencia ruda, con una presencia física muy cuidada y un más que aceptable nivel cultural para alguien de su edad. Este nunca pensó que el trato que había dado a su mujer, a su “Antonia” fuese degradante, simplemente y en palabras suyas “en ocasiones la tenía que corregir porque se extralimitaba de sus funciones”, corregir…, funciones…, estaba claro que su mujer formaba parte en su escala de jerarquía en un tramo muy inferior al suyo. Simplemente con esta opinión me genero la duda de que si el maltrato que profirió a su “amada” era debido a una superioridad por costumbre debido a su profesión o una superioridad amparada en la interiorización del dominio  de un genero sobre otro, pero pronto D. Manuel en un alarde de ego masculino me disipo la pequeña duda existente, cuando menciono en un momento de tranquilidad sin ser preguntado por los agentes; “venga agente, me va a decir que usted no corrige a su mujer cuando esta se envalentona, estas se creen con demasiados derechos, putas feministas de mierda que mal han hecho”, evidentemente existía no solo un habito de mando, sino unos valores machistas interiorizados por este, era obvio que Dña. Antonia se confirmaba como un prototipo de víctima de violencia de género.

Evidentemente D. Manuel fue condenado, recuerdo lo esmerado de mi manifestación en el  acto del juicio oral en la sala de lo Penal de Getafe (Madrid), como casi siempre tuve la sensación de que mi opinión respecto de aspectos que pudieran derivarse de ser testigo directo como;  percepciones que recibes, opiniones escuchadas, análisis de las partes, etc, aún sin ser una opinión especializada, podría beneficiar sobre manera a la presunta víctima, más allá que lo relatado y vivido como testigo de referencia que fue el papel que me toco vivir por las circunstancias de la intervención.

En la actualidad  Dña. Antonia descansa tranquila en casa de su hija, lo último que nos comento es que no se arrepiente de nada de lo que hizo al tomar la decisión de denunciar, que lo que le quita el sueño es ver la verdadera belleza de la vida y pensar en todos los  años y momentos que ha perdido a  la sombra de su ex marido. 

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